Nos situamos ante la escena del triunfo del Magistral pues don
Fermín de Pas y Ana se reconcilian y, en compensación, Ana le promete que
saldrá descalza como penitente en la procesión de la Semana Santa. De esta
forma, el Magistral pretende mostrar a sus enemigos que no ha perdido autoridad
sobre Ana. María Soledad Fernández en “Estrategias de poder en el discurso
realista: “La Regenta y Fortunata y Jacinta”
afirma:
“Este acto de fe y humillación público de Ana Ozores en la
procesión de Semana Santa, muestran cómo el poder se ejerce en forma visible,
solemne y simbólica. La Regenta comprende que el dominio de su “hermano del
alma” -D. Fermín de Pas- ha de
manifestarse en un acto externo de humillación y fe; y reconoce que ella “¡iba
a darse en espectáculo!” Cierto esa era la frase” (355). Ana va pregonando la
gloria del Magistral, quien, no presidía este entierro como el del miércoles
(el de don Pompeyo), pero celebraba con él su nuevo triunfo. Caminaba cerca de
Ana… empuñaba el cirio apagado, como un
cetro. “Él era el amo de todo aquello. Él, a pesar de las calumnias de sus
enemigos había convertido al gran ateo de Vetusta haciéndole morir en el seno
de la Iglesia; él llevaba allí, a su lado, prisionera con cadenas invisibles a
la señora más admirada por su hermosura y grandeza de alma en toda Vetusta; iba
La Regenta edificando al pueblo entero con su humildad, con aquel sacrificio de
la carne flaca, de las preocupaciones mundanas, y era esto por él, se le debía
a él solo… ¿Quién podía más?”
Ana Ozores, La Regenta, una mujer enfermiza, marcada por una
infancia represiva, frustrada en su matrimonio, ahogada por la mediocridad que
la rodea, asume “Yo soy una loca –pensaba –tomo resoluciones extremas en los
momentos de la exaltación y después tengo que cumplirlas cuando el ánimo
decaído, casi inerte, no tiene fuerza para querer”. La Regenta está completamente
arrepentida por la decisión que ha decidido tomar pero no da marcha atrás
porque está dispuesta a asumir las consecuencias de su error. El temperamento
soñador e insatisfecho de la Regenta le hace oscilar entre una religiosidad
sentimental que está siendo aprovechada por su confesor y una sensualidad
romántica que le ha venido rondando en capítulos anteriores provocada por don
Fermín de Pas. Ana termina quedándose sola. La sociedad de Vetusta le vuelve la
espalda y la condenan de forma implacable.
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