miércoles, 11 de febrero de 2015

El estudiante de Salamanca

            Este poema es obra de Espronceda, que representa lo más genuino de nuestro romanticismo, no solo por su raíz byroniana y francesa, sino también por el apasionamiento con que defendió las nuevas ideas artísticas y políticas. Este poema representa la síntesis perfecta de las dos corrientes antes citadas. En efecto, a partir del tema del hombre que asiste a su propio entierro, motivo de romancero, el poeta demuestra que el rebelde, cuando se subleva contra los imperativos sociales, solo puede esperar la muerte.
            “El Estudiante de Salamanca” se publicó parcialmente en “El Español” en 1836. La obra es típicamente romántica en cuanto al asunto -un personaje libertino, Don Félix, al lado de la pura y desesperada Elvira- y a la escenografía nocturna con visiones de ultratumba. Como vemos, las similitudes con obras románticas son muy evidentes. Por otro lado, la obra resume a la perfección la polimetría romántica, pues recurre a una veintena de estructuras distintas, con algunas formas amétricas, que no se ajustan a los esquemas acostumbrados.
            En definitiva, Espronceda consigue con esta composición, un ambiente tenebroso y siniestro, propio de la lírica romántica. El poema se abre a media noche, entre tinieblas, entre lamentos y aullidos de perros. Incluso en el poema hay una danza macabra donde se levantan cien fantasmas moviendo sus calaveras. Todo nos recuerda al infierno de Dante, que verá su fin al llegar el alba.
            Respecto al tema del poder en “El Estudiante de Salamanca” hemos tomado como referencia el estudio Stephen Vasari, publicado en el “Bulletin Hispanique”: Aspectos religiosos-políticos de la ideología de Espronceda: El Estudiante de Salamanca (1980).
            Entre 1836 y 1840, Espronceda y Larra entre otros, están siendo sacudidos por una situación política cada vez más desfavorable. El gobierno de Mendizábal fue un golpe fuerte que les proporcionó un gran sentimiento de vacío y desesperación. Y, después de Mendizábal, Calatrava y Bardají, tan solo existe una representación de una transición hacia los años 1837 y 1840, donde reinan los moderados junto con María Cristina, quienes se empeñan en reavivar la fuerza eclesiástica. De ahí, que los liberales exaltados caigan desplomados en un laberinto sin salida. En concreto, Espronceda siente un hondo pesimismo político, una desilusión aún más profunda que la producida por la muerte de Teresa, su madre. Así, en “El Estudiante de Salamanca” empieza a asomar esta depresión total. Comenta Stephen: “Don Félix no tiene fuerzas suficientes para resistir a la vieja descarnada, caduca, la muerte y diablo en una sola persona y a su hermano, Don Diego, el vengativo, cerrado ejecutor de la sentencia del Tribunal de los muertos. Es decir, la España nueva, viva y, con ella, la Humanidad nueva, progresiva, sucumbe al poder de la vieja”. Para Espronceda, España está muerta, y con ella el poder político y la Iglesia. El poder está reencarnado en el personaje de Don Félix, porque su espíritu libre no se rinde. “La España nueva no posee las riquezas, el poder militar o político, pero su espíritu, su pensamiento político, su expresión literaria, no se rinde ante la fuerza brutal y el engaño”.

            “El Estudiante de Salamanca” es un grito ante tanta desesperación, al igual que ya lo hizo Larra. España no es nada más que un cementerio lóbrego, cubierto de tinieblas, arruinado, moribundo y helado. Al igual, años antes Larra gritaba: “España es un cementerio, un castillo medieval, una iglesia arruinada, una ciudad llena de fantasmas y brujas”.

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